Panameña. Realizó estudios superiores en el Instituto Pedagógico y en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Chile, titulándose con Distinción, de Licenciada de Bellas Artes y Profesora de Estado, Especialista en Artes Plásticas. A los 25 años, 1958, por iniciativa propia donó 100 piezas con sus fichas museográficas de Artesanía Popular e Indígena Panameña al Museo de Arte Americano popular de Chile. Siendo Tomás Lago su director.
Realizó estudios de Apreciación del Arte. Dirección y Supervisión Escolar, Antropología Cultural, Higiene Mental y Diseño Arquitectónico en la Universidad de Panamá. Actualmente acredita estudios de postgrado con título de Especialista en Docencia Superior y de Maestría en Didáctica y Tecnología Educativa, efectuados en la Universidad de Panamá. Becada por la OEA en 1981, para hacer Estudios de Diseño Gráfico y Diagramación, ICAES, Costa Rica.
Ha ilustrado innumerables cuentos y portadas de textos. Se destaca su estrecha colaboración en la ilustración de los cuentos de su hermana, Tilsia Perigault. Ha representado a Panamá en diversos congresos, encuentros y foros en Latinoamérica, Europa y Asia. Es notable su intervención como ilustradora en la Sección Latinoamericana de la Feria Mundial del Libro Infantil para niños y jóvenes en Bologna, Italia en los años 1980-1984.
En 1984 recibió reconocimiento oficial del Ministerio de Educación como ilustradora, a través del Banco del Libro. Presidió desde 1997 la Comisión de Arte y Cultura por una Educación Integral de la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de Panamá, donde promueve la Literatura Infantil y Juvenil. Desde 1990 es la Vice-Presidenta de la Asociación Panameña de Literatura Infantil y Juvenil, APLIJ y a PIALI, actualmente está jubilada. Además de ilustrar escribe cuentos, novelas y teatro escolar. Ha participado en exposiciones pictóricas en Chile y en Panamá.
En 1998 participó en el primer Concurso Nacional de Literatura Infantil y Juvenil en la Universidad de Panamá, donde fue premiada su obra” Boca e Tambó y otros Cuentos”. Posteriormente, en una edición especial de la Revista Cultural Lotería No. 478 y 479 “Cuentos para Niños de Autores Panameños, en el 2008 publican dos cuentos suyos para niños, Estefi, Los Talingos y El Buen Amo y Croc...Croc...Croc... un Concierto de Amor, Trompo de rama de jobo y Tucaramengaña el Tristón entre otros. Dos cuentos suyos aparecen en la obra “Flor y Nata, Mujeres Cuentistas de Panamá, de Jaramillo Levy, ed. Geminis, 2004. También ha realizado videos educativos:”La importancia de la ilustración en la Literatura Infantil. Las primeras Tecnologías Educativas – Dedito Quemado – Primer Encuentro de narradores vernaculares, Homenaje a la Patria narradora y otros.
BOCA E TAMBÓ (Cuento premiado en 1998 en Concurso Nacional de la Literatura Infantil y Juvenil de la Universidad de Panamá)
Una pequeña familia formada por la madre, una niña y un niño, rompió la monotonía de aquella calurosa tarde de verano, al escucharse una voz gritar fuerte: —¡Misiaaa! ¡Misiaaaaa!.—
Junto a los gritos, se oía el sonido agudo e insistente del timbre de la puerta principal de nuestra casa, en las afueras de la capital panameña…
Nos llamó la atención de las tres personas su expresión triste y aspecto descuidado. Hermelinda, pues así se llamaba la madre, y sus hijos Alejo y Minina, venían de Taimatí, pequeña comunidad de la costa oriental de la Ensenada de Garachiné en el Darién. Llegaron a la capital, buscando solucionar la extrema pobreza en que vivían. Nuestra madre los atendió.
—Pué sí, Misia, decía con tono quejumbroso, Hermelinda a mamá:—Los quemadon ed rancho, toíto, toítito, queddó como el cabbón de mi pellejo! – exclamó, a punto de llorar. Y mirando a la niña dijo:-La Minina tiene tre año ‘ta enfedmita, pero gracia` a Papa Dió, ‘ta viva; mi hijo Alejo rebigío, pero me ayuda en toíto. Es mi «Bocaetambó», su Medcé.—
Nosotras, impresionadas por la manera de hablar de la negrita de pelo cuscú como de veintisiete años, le hacíamos señas a nuestra madre para que la empleara. Parecía que nos íbamos a divertir mucho. Mi hermana y yo en el umbral de la adolescencia, carecíamos de la madurez, para captar el drama que vivía esta humilde familia; su hambre, su angustia, sus tristezas y enormes necesidades. Sólo veíamos en ella, lo chistoso, exótico y pintoresco.
—Pué denme algo que jacé Misia, nojotro no robamo lo ajeno. —Seguía diciendo Hermelinda con mucha ansiedad. —Alejo tiene que sabée laj letra, su Medcé. El ej gueno, le pone asunto a tóo, tiene ocho año; ¿Misia los deja quedá?, dijo con voz suave y dulce, al final.
Ante tal insistencia, se le contrató en período de prueba por quince días, para la limpieza y los mandados.
Nuestra madre los llevó al Centro de Salud donde los examinaron, detectándoles algunos problemas y deficiencias. Se sometieron los tres, a exámenes de laboratorio y luego a tratamientos. Les asignó un cuarto bien ventilado con baño en el patio trasero de la casa, donde algunos árboles de mango, papayos, limoneros, junto a veraneras y jazmines, y una lora hablantina en su jaula, lo hacían acogedor.
La pobre Herme como le decíamos , no cabía en sí de alegría, casi le besaba los pies a nuestra madre, la Misia Bonita, como le llamaba.
Bueno, ¿les cuento?, tan excelente fue el trabajo de la darienita, que a los quince días, se le hizo un contrato por tiempo indefinido, a largo plazo. La pobre Hermelinda, compensaba su ignorancia y aspecto poco agraciado, por un trabajo cuidadoso y demostraciones de agradecimiento y lealtad a toda a familia. Los niños no molestaban, ella los tenía bien advertidos. No está demás decirles, que fueron equipados con ropa y todo lo necesario.
Nosotras, las niñas de la casa, durante el año escolar pasábamos en el colegio, luego al regresar, estudiábamos el piano y preparábamos las tareas para el día siguiente. Nuestro interés mayor era la educación de Alejo y Minina; los tomamos, como con orgullo decíamos, bajo nuestra tutela y protección.
La Misia Bonita, le concedió permiso a Herme para acompañar a su hijita en el hospital, todo el tiempo que fuese necesario. Nosotras las niñas nos encargaríamos de Alejo, alias BocaeTambò y cooperaríamos en la limpieza. Pero el dolor y el llanto llegó a nuestra casa, la Minina falleció. El mal estaba muy avanzado y los médicos no pudieron salvarla. Herme y Alejo se sumieron en profundo dolor. Toda nuestra familia adolorida, también guardó luto, respetando los sentimientos, de tan querida familia darienita.
Nuestra madre informó a la escuela del niño Alejo, lo acontecido. Así, él faltó a clases por una semana debido al duelo. Visitábamos en la cripta de nuestra familia a Minina, llevándole florecitas blancas y jazmines olorosos, como a ella le gustaban. Hermelinda poco a poco, se fue integrando al trabajo, pero guardó luto riguroso como acostumbraban allá en Taimatí, su pueblo.
Alejo, nuestro personaje, regresó a clases compungido, pero sobre todo con nuevos bríos y con un noble propósito, estudiar mucho, hasta llegar a ser hombre de leyes, para defender los derechos de los niños, sacar a su pueblo del olvido y a su madre de la pobreza.
El tiempo fue pasando; Alejo aprendió a leer y a escribir rápidamente pues no solo alcanzó a sus compañeros, si no que los sobrepasó.
El niño con mucho amor, le enseñó a leer y a escribir a su madre, que fue superando su tristeza, asombrada y orgullosa de ver como Bocae Tambó se destacaba en los estudios, pasando siempre con Primer Puesto de Honor; además sabía ganarse el cariño de los que lo trataban. Todos nosotros, hasta nuestro padre, tomamos muy en serio la educación de Alejo.
Un sábado temprano en la mañana, con un sol esplendoroso, Alejo ya finalizando el quinto grado, pidió permiso a su madre y a la Misia Bonita, para ir a jugar con su amiguito tableño, un niño muy gracioso, con una hermosa voz llamado Tite. Al concedérsele el permiso bajo muchas recomendaciones, el muchachito muy alegre, salió con dos mandarinas, pues había planeado jugar a los exploradores. Frente a la escuela ya estaba Tite, quien lo recibió con una amplia sonrisa. Tenía labradas dos largas varas, que como medio de defensa y bastón utilizarían ambos niños al internarse en el monte, muy lejos, muy lejos de la escuela. Caminando, casi corriendo, los niños llegaron al sitio indicado, para iniciar su gran aventura. Alejo entregó a Tite las dos mandarinas, quien las guardó en la mochila de su merienda.
Al principio caminaban por el monte con mucha cautela, apartando las marañas con las varas; después cogiendo confianza, Tite empezó a cantar recordando a su mamá Doña Balata:
—“Dormí, chiquito dormí
dormí por amor de Dió,
que se me mama la vaca
y se me ajuma el arró
ajé, ajé, ajeoaaa
que ya la vaca se vaaa
Ajé, ajé, ajeooo
que ya se ajumó el arróoo”.—
que ya se ajumó el arróoo”.—
Los niños felices, aplaudían riéndose a carcajadas. Tite soñaba con poder algún día,
comprarse un acordeón y cantar mucho. Sus padres, sencillos artesanos, también habían venido a la capital como tantos otros para mejorar su situación. Ellos no tenían prejuicios contra los negros. La madre de Tite, Doña Balata, de largas trenzas rubias y ojos claros, era oriunda de Guararé, quería mucho al niño Alejo, por su buen corazón y notable inteligencia. Pues bien, los niños avanzaban ahora con más seguridad y rapidez por el monte. Disfrutaban observando y escuchando el canto de una gran variedad de pajaritos como: sangretoros, azulejos, periquitos, palomas titibúas y hasta talingos. Las iguanas, los conejos, las ardillas y lagartijas se aparecían a cada rato. Pensaron, que debía haber alguna quebradita cerca, debido al hermosísimo verdor, frescura y la alegría del colorido de las flores silvestres que completaban aquel ambiente tan tropical e interesante. Alejo recogió hojas lanceoladas, acorazonadas, dentadas y ovaladas para llevárselas a la maestra. En eso preguntó—¿Tite, qué llevas en el bolsillo? Éste contestó: —un biombo, pero no te preocupes, ya sé, no mataremos pajaritos ni golpearemos a las iguanas. Sólo lo tengo para usarlo en caso de peligro.—
Alejo se tranquilizó y mientras caminaban empezó a tararear también una cancioncita de cuna imitando el acento de su madre:
--- “Duémete niñita,
Duémete niñita,
que viene la mora,
tocando de pueta, en pueta
¿Cuál es la niña que llora?
¿Cuál es la niña que lloraaa?
Una lágrima, rodó por la mejilla del negrito, quizá recordando a su hermanita Mínina y a su valiente madre. Tite guardó silencio, respetando el dolor de su gran amigo.
Las varas eran de gran ayuda, de lejos podían tantear la maleza y separar las marañas; avanzaban ahora despacio, ya con la idea de regresar a la casa, tenían más de una hora de estar monteando. En eso Alejo, al rozar la vara contra una maleza sintió un sonido seco, como algo metálico, pues no era vidrio, ni piedra. Llamó a Tite, quien estaba entretenido comiendo ciruelas traqueadoras. ¡Ven, corre Tite! ¡Ven a ver esto!— le gritó. Acercándose el amigo, le advirtió: —¡Tengamos mucho cuidado!—¿A ver qué es?, dijo curioso.
Los dos empezaron a escarbar y a escarbar con la varas y con piedras chatas. Se veía como una punta o ángulo metálico muy oxidado. Estaban asustados y muy emocionados. Se sentían bastante agotados, pensaron en sus familiares y decidieron descansar un poco. Tite había traído en su mochila dos bollos, trozos de raspadura, una botella con limonada, más las mandarinas que le dio Alejo. Saciaron el hambre y la sed y reanudaron la faena; esta vez con más ahínco. Poco a poco fueron descubriendo una especie de maleta de cuero grueso con los ángulos de metal. Estaba muy maltratada. Los niños pensaron volver a enterrarla, pues habían escuchado historias terroríficas de violaciones, de entierros precolombinos indígenas y saqueos de huacas, cuyos ladrones murieron dramáticamente, degollados.
Ellos no querían correr riesgos, pues tenían hermosos planes para el futuro. Pero Alejo, que era el mayor de los dos, aconsejó que, como lo que encontraron era una vieja maleta y no una tinaja de la época precolombina, no habría riesgo y debían abrirla para ver, qué contenía.
Con mucha dificultad, primero limpiaron la superficie de la maleta frotándola con hojas de guarumo. Después golpearon con piedras la cerradura y chapas oxidadas: ¡Chas, chaz, chaz.! ¡Crash, crash, crash.! Tite y Alejo sudaban copiosamente por el gran esfuerzo y la ansiedad que los dominaba. La cerradura junto a las chapas cedieron, a fuerza de los golpes. Tomando las varas como palancas, los niños abrieron la maleta. ¡Sus ojos querían salirse de las órbitas por el asombro! La maleta contenía un delgada capa de papel periódico amarillento y arrugado, cubriendo muchas bolsas de plástico, con billetes de Banco de a cien dólares, fuertemente amarradas. Titubearon un poco y con manos temblorosas la cerraron y sujetaron con largos bejucos a modo de soga. Entre los dos, la cargaron; no estaba demasiado pesada, comentaron. Salieron del monte tan rápido como pudieron, y en silencio. Ya afuera, dijo Alejo: —Tite, esconderemos la maleta debajo de un catre, en tu casa, que está aquí cerca y después, consultaremos con nuestras familias, sobre lo que debemos hacer con ella.—
Los niños a pesar de ser muy pobres, llevaron la maleta, al Corregidor, según acordaron con sus familiares. ¡La noticia corrió como reguero de pólvora! Todos los diarios y medios de comunicación publicaron las fotos de los dos humildes niños y la vieja maleta con las bolsas de dinero. Los expertos del Banco, comprobaron el origen de los billetes, cuyas características y número de serie coincidían con los de un cuantioso robo; el más grande perpetrado hace pocos años al Banco Nacional. ¡Eran miles y miles de dólares!
La honradez de los niños fue premiada por las autoridades, en una ceremonia oficial organizada en la escuela, presidida por el Gobernador; el Ministro de Educación, condecoró a los niños y se les entregó las Llaves de la Ciudad.El gerente del Banco les abrió una cuenta de ahorros con mil dólares a cada uno y se les otorgó una beca para concluir sus estudios primarios, continuar los secundarios y hasta realizar estudios superiores universitarios, según sus aspiraciones. Ya se pueden imaginar lo orgullos que estábamos todos y especialmente Hermelinda que no hacía más que llorar de alegría, besando a su BocaeTambó.
Hoy día, Alejo Lucumí es un prestigioso y querido abogado, famoso por su elocuencia y hermosa voz de orador. Tite Soriano, estudió Administración de Empresas, pero se ha destacado como cantante de música folklórica, y como acordeonista, es el primero. Siguen siendo amigos inseparables. La madre de Alejo ya no se atreve a gritarle a su distinguido abogado, — ¡Cállate BocaeTambó!— Por nada del mundo.
Sin pérdida de tiempo nuestra madre matriculó al niño Alejo, como oyente en el primer grado de la escuela más cercana, mientras se le tramitaban algunos documentos. Iba muy elegante con su uniforme, limpio y planchado, medias blancas y zapatos lustrosos; se veía muy gracioso. En su maleta de fino cuero, que le compró nuestro padre, guardaba lápices de todos los colores, cuadernos y libros con su nombre: Alejo Lucumí.
Hermelinda, además de trabajadora, era chistosa, conversadora y sabía cantar con estilo propio y mucho ritmo. Los sábados en la tarde, atrás en el patio, en horas de su descanso le cantaba a Minina:
—“Hedmelinda mi llamo yo,
la dil codazón di oro,
mientra ma pesare tengo,
mi aflijo pero no lloro,
ajéee, ajéee, ajéoo,
mi aflijo pero no lloro”.
mi aflijo pero no llorooo”.—
La niña Minina demostraba sentido del ritmo al jugar y bailar, pero tenía tendencia a dormir mucho. Su madre la sentaba en un petate, mientras hacía los quehaceres de la casa.
Alejo comenzó su asistencia a clase, demostrando mucho entusiasmo. Como nunca había asistido a la escuela, carecía de experiencia en sus ocho años. De contextura pequeña y delgada no tenia mucha diferencia física con sus compañeritos. La expresión del rostro del niño de profunda tristeza, poco a poco fue serenándose y hasta le brillaban los enormes ojos negros y redondos al esbozar una tímida sonrisa.
Nosotras, lo mimábamos y asesorábamos en sus planas y tareas escolares.
Un día su hermanita que estaba medio ciega, enfermó gravemente, convulsionando, debido a fiebres muy altas. El cuadro dramático de esta pequeña familia de padre ausente, volvió a manifestarse. Mientras llegaba el médico, Hermelinda muy nerviosa por temor a que muriera su hijita, se descontroló y culpó injustamente al niño de la enfermedad de Minina.El muchachito, largó el llanto; eran verdaderos gritos de dolor y desesperación al ver a su hermanita enferma y por la incomprensión de su pobre madre.
Lágrimas gruesas, salían a torrentes de los ojos del niño y lo más asombroso es, que por primera vez, nos percatamos del origen de ese apodo tan sonoro y pintoresco, que Herme le tenía a su hijo: El “Boca e Tambó”. Cuando más gritaba Alejo, más lo amenazaba la madre, levantando la mano con el puño cerrado, en ademán de darle un coscorrón, repitiendo desesperada una y otra vez: —¡Cállate! BocaeTambó ¡Cállate BocaeTambó!— apenada por el escándalo. Alejo con la boca abierta, semejaba la de un tambor que además sonaba y pujaba.
El médico llegó a ver a Minina, quien ya había dejado de convulsionar, gracias a que nuestra madre, le había puesto paños de agua fresca en la cabecita para bajarle la fiebre. Tenía congestionado los pulmones con flema, por catarros constantes, mal cuidados. Pasó la crisis, pero el doctor la ingresó al hospital para hacerle exámenes y tratamientos más adecuados. Además, un oftalmólogo le vería los ojitos.
¡Hermoso Leda, en honor a nuestra MAESTRA, Estela de Malgrat!
ResponderEliminarella es fuera de serie, también ha sido la única en escribir sobre la Invasión de manera más directa.... es la edad... la edad sedimenta todo.
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